Cezura, Palencia: iglesia de Santiago

Otra iglesia que, aún sin existir un testimonio fiable que lo acredite, sugiere la presencia, en tiempos , de la Orden del Temple: la iglesia de Santiago, en Cezura. Mucho han cambiado los tiempos desde la época de esa posible presencia -que habría que datar, con toda probabilidad, en los siglos XII y XIII- y mucho, también, los estilos que, a modo de reforma, han ido asentándose progresivamente en los cimientos de este peculiar templo, situado a pie mismo de carretera. De hecho, de la portada original no queda rastro; y sí queda, por desgracia, en su lugar, una portada de relleno o circunstancia, de estilo plateresco, que no aporta información alguna y que, por otra parte, desmerece considerablemente el resto del conjunto.
De Cezura, interesa saber que es un pueblecito palentino que, para más referencias, se encuentra situado muy cerca -o mejor dicho, a escasa distancia- de la ermita rupestre de Santa María de Valverde; de manera que, por su situación fronteriza con Cantabria, bien pudiera darse el caso de que en sus orígenes hubiera sido fundado y repoblado por pioneros de allende los Picos de Europa, durante alguno de esos oscuros episodios de razzias moras y obstinadas escaramuzas astures, que parecen ser la característica más reseñable de ese periodo altomedieval comprendido entre los siglos IX y XI.
Interesante resulta, sin embargo, el interior, donde aún pueden localizarse muestras de la decoración pictórica -hemos de pensar que original- que cubría antaño la zona absidal. Pintura, por otra parte, que representa formas geométricas romboidales, de colores blanco, rojo y negro, que podrían pertenecer a un periodo románico tardío o, quizás, a un gótico posterior.
Del altar destaca una escultura de cierto tamaño, que representa al apóstol Santiago en su conocida faceta de matamoros, en clara referencia a la ficticia batalla de Clavijo, antecedente, en su forma y extensión, a aquellas otras historias bélicas modernas, como los famosos ángeles de Mons, cuya providencial aparición en los campos de batalla, en 1915, salvó al ejército británico de un completo desastre frente a las que se podrían considerar las hordas moras de entonces: el ejército alemán.
Aunque no se puedan considerar como prueba irrefutable, sí merecen, por simpática sospecha, al menos un comentario. Me refiero a las cruces paté o patadas que, en número de cuatro, se localizan perfectamente cinceladas en diferentes partes de la estructura: dos en los sillares cercanos al ábside; una en el interior del templo y la cuarta, inaccesible, en la zona del campanario, según nos comentó la persona encargada del recinto.
Dentro de la variedad temática desarrollada en los motivos que conforman los canecillos absidiales, destacan -aparte de las típicas referencias a aves y animales más o menos fantásticos- los nudos o entrelazados de origen celta. Sin conseguir el fabuloso efecto que los canteros de otras escuelas, el cantero que los labró, a pesar de todo, y aunque de manera bastante tosca, puso cierta voluntad a la hora de cincelar los pliegues de las túnicas de varios individuos.
Este factor de calidades, trasladado a los motivos que decoran los capiteles interiores, induce a suponer, en mi opinión, la existencia de al menos dos gremios canteros bien diferenciados. Contrasta, comparativamente hablando, el detallado cincelado con que la mano de este otro cantero de interiores, labró hasta el último detalle, incluidas las cabezas, para simular las cotas de mallas de las numerosas figuras de guerreros que conforman el leit-motif principal de los mencionados capiteles.
Curiosos, en su forma y significado, de estos capiteles interiores destaca -quizás como una interpretación personalizada del artista- aquél en particular, que muestra a un personaje central, magnificado en su trono, cuyas manos sujetan las bridas de los caballos de sendos guerreros, que bien pudiera representar, alegóricamente hablando, un tema en absoluto desconocido en la región: la leyenda de Alejandro Magno y los grifos.
Los grifos, animales mitológicos adoptados en el bestiario románico y que, en este caso, vendrían a recordar un episodio de la fabulosa leyenda de Alejandro, quien por mediación de estos animales alados, vería desde el cielo la extensión de todas sus conquistas.
En fin, perteneciera o no al Temple, de lo que no cabe duda, es de que nos hallamos frente a un templo cuya visita no defraudará; sobre todo, si el visitante sitúa la vista más allá del conjunto, para detenerla en la multitud de detalles que posee y que, a la postre, le reportarán temas de interés con los que conjeturar.

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