Los Templarios de Tuñón



En el concejo de Santo Adriano, en Asturias, y más concretamente en el pueblecito de Tuñón, aún se recuerda, aunque de manera muy desfragmentada y por supuesto sin documentación histórica que lo avale, la presencia de la Orden del Temple. Distante, aproximadamente, una veintena de kilómetros de Trubia -población famosa por su histórica fábrica de armas- en Tuñón comienza la denominada Senda del Oso, cuyo recorrido se adentra en los intrincados montes del vecino concejo de Teverga, atravesando una zona no sólo mistérica y rica en yacimientos arqueológicos del interior de Asturias, sino también, una zona de las más variopintas, hermosas y a la vez, celosa encubridora de antiguos misterios. Tuñón, además, posee otro de los templos más carismáticos e interesantes del denominado Arte o Prerrománico Asturiano: la iglesia de Santo Adriano. Muchas son las causas que han repercutido en ésta lamentable e irreparable pérdida; aunque Fina, la guardesa del templo, insiste, con cierto mal contenido rencor, en los fotógrafos y los malditos flashes de sus cámaras. A sus ochenta y un años -que no aparenta, desde luego- pocas personas saben tanto de ésta iglesia de Santo Adriano, como ella. No en vano su casa, de fachada pintada en varias tonalidades de verde, se levanta a escasos metros de la iglesia. Para describir a Fina, no se me ocurre mejor calificativo que compararla -y lamento mucho si ofendo, detalle que está lejos de mi verdadera intención- con Jano, ese signiticativo dios romano de las dos caras. Por desgracias y por fortuna, tuve ocasión de comprobar los efectos de ambas caras. La primera vez, me recibió con la puerta abierta de la infernii coeli: gélida y fría, como el solsticio invernal, hasta el punto de que, aún habiéndonos confirmado la apertura de le iglesia, se negó rotundamente a abrirnos sus puertas cuando nos presentamos. En la segunda ocasión, algunos meses más tarde, su amigable aunque estricto y vigilante recibimiento -la otra cara de Jano, o jauna coeli, representativa del solsticio de verano- tal vez, aunque lo dudo mucho (1), tuvo algo que ver con las gestiones telefónicas realizadas por el párroco de Santa Eulalia de Morcín, don Miguel Ángel García Bueno. Evidentemente, las fotos en el interior de la iglesia están terminantemente prohibidas. Ahora bien, salvando este detalle, que puede resultar no tan frustrante como parece, si tenemos en cuenta que poco, en realidad, es lo que se podría fotografiar, la ocasión la pintaban calva para comprobar, en primera persona, la tradición templaria asociada a la iglesia y al pueblo.
Ésta se basa, fundamentalmente, en dos detalles: la existencia de un túnel que comunicaría la iglesia con una casa que los templarios tenían en Tuñón, y la existencia de un lignum crucis, tipo de cruz generalmente de forma patriarcal, utilizada por éstos, que solía contener algún pedazo de la Vera Cruz. Ambos detalles son auténticos, aunque las consideraciones de Fina al respecto, muestran, otra vez, las dos caras de Jano. Es cierto, no obstante, que siempre se creyó en la existencia del túnel; pero su aparente no existencia quedó de manifiesto cuando se procedió a adecuar la carretera que, como he dicho al principio, conecta con Trubia y de allí con la A64 hacia Oviedo. Según Fina, se profundizó hasta los cinco metros y el túnel no apareció por ningún lado. Esto es un detalle curioso, porque no es la única tradición sobre la existencia de túneles que conectarían un templo -en principio, hemos de considerar como templario, aunque no ajeno a otras órdenes, como veremos a continuación- con la casa que éstos tuvieron en un pueblo determinado. Un ejemplo, aunque cambiando el hábito por el de los Hospitalarios de San Juan, lo tendríamos en la población navarra de Leache, donde todavía se cree en la existencia de un túnel que conectaría la iglesia de San Martín -actualmente, sólo queda el solar de donde estuvo enclavada- con una casa que aún existe a pocos metros de distancia.
Ahora bien, con el lignum crucis, la historia cambia radicalmente. Es cierto que existió; de hecho, Fina lo recuerda con nostalgia y cierta rabia mal contenida. Según ella, pertenecía a los viejos del pueblo, que lo compraron con su dinero, pero unas oscuras maniobras del párroco de entonces -hará unos treinta años del lamentable suceso- hizo que éste terminara siendo llevado a la catedral de Oviedo, donde se custodia en la Cámara Santa junto al resto de reliquias trasladadas desde el Monsacro. Era un crucifijo magnífico, con piedras preciosas, se lamenta Fina.
Hubiera o no templarios en Tuñón -según ella, se descubrieron algunos enterramientos en la zona absidal e incluso dentro del templo se conserva un sarcófago que en tiempos albergó los restos mortales de lo que ella considera como el jefe de los mozárabes que construyeron el templo, y que debía de medir cerca de dos metros- hay otra coincidencia que, aunque no determina nada, creo que merece la pena de ser tenida en cuenta: alguno de los modelos mandálicos que se aprecian en las celosías de esta iglesia de Santo Adriano se localizan, así mismo, se localizan no sólo en el ábside de la iglesia de Santa Coloma de Albendiego, sino también reproducidas -de forma moderna, es cierto- en alguna casa del pueblo.

 

(1) Como pude comprobar, Fina es una mujer de armas tomar en cuanto a la iglesia de Santo Adriano se refiere. Y creo, particularmente, que los párrocos imponen su ley en la iglesia, el tiempo que tardan en decir misa.

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