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¿Pero hubo alguna vez templarios en Arévalo?

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S e les conoce más por su faceta romántica del aguerrido soldado de Cristo; es decir, por conjuntar, a través de una hábil maniobra política, promovida por Bernardo de Claraval, las funciones, a priori, incompatibles, del monje y del guerrero. Esta faceta, evidentemente, es la que más atrae y por defecto, la que más pasiones despierta y más adeptos crea hoy en día. Pero también, formando una parte muy importante de su constitución y de su leyenda, no hemos de olvidar, que fueron además, agricultores y ganaderos, llegando a poseer –tampoco hay que olvidarlo nunca-, extensas zonas de labor y pastoreo, gracias a cuyas rentas y frutos, fueron capaces de afrontar los enormes gastos que suponían la manutención y el mantenimiento de sus fuerzas en Ultramar. O si se prefiere, del ejército templario de Tierra Santa. Al contrario que otros países como Francia –y esto es algo, por mucho que nos cueste decirlo y admitirlo, que el historiador o el investigador deben agradecer al rey Felipe el H